jueves, 15 de octubre de 2009

Rutas de Otoño I

Apro­ve­che­mos el otoño
antes de que el in­vierno nos es­com­bre,
en­tre­mos a co­da­zos en la fran­ja
y ad­mi­re­mos a los pá­ja­ros que emi­gran.
Ahora que ca­lien­ta el co­ra­zón
aun­que sea de a ratos y de a poco,
pen­se­mos y sin­ta­mos
con el viejo ca­ri­ño que nos queda.
Apro­ve­che­mos el otoño
antes de que el fu­tu­ro se con­ge­le
y no haya sitio para la be­lle­za
por­que el fu­tu­ro se nos vuel­ve es­car­cha.

Mario Be­ne­det­ti


De Bodegas, Bosques y Valles. Logroño. La Guardia. El Ciego. Vitoria. Roncal. Irati. Salazar. Pamplona

Sean estas rutas ejemplos de aquellos lugares que las mezclas de colores nos traen a la memoria hasta cincearlas despacio, a ritmo de atardeceres rojizos y bosques amarillos



Logroño es la calle Laurel, escondida entre muros de piedra antigua, con su teatro de noctámbulos y gastrónomos deambulando como elefantes de paso cansino. En esta calle no hay bares, son mas bien tabernas con adoquines entreverados. No es posible elegir porque el camino te lleva sin pausa, sin demasiado tiempo para cuestionar gustos ni preferencias. De las setas de temporada a las orejas de cordero, pasa el visitante por tintos jovenes y robustos reservas. En El Laurel se prohibe todo lo que no sea vino. La tierra obliga. Existe un lugar por especialidad y no conviene detenerse demasiado.La calle es angosta y húmeda, como un recuerdo fugaz del barrio más famoso de León. Como si no hubiese momento para estar en la calle. Una, dos, cinco, diez paradas, el estómago y el paladar marcan los tiempos y fuera nadie parece pendiente de nada, para no ensalzar más el angosto escondite de Baco. Para no dar pistas.

De mañana Logroño se levanta ojerosa, manchada y dulce. Hay ese algo de las ciudades pequeñas que se amodorran y echan a andar a balbuceos. A las diez, la gente llega al majestuoso mercado de abastos de gusto a antaño y puestos de colores. Su estructura de esqueleto en hierro contrasta con el verdor de las mejores verduras y frutas, de las setas en cestas de mimbre. Desayunar en uno de sus bares es una delicia para los sentidos, para el observador contagiado del rabioso ritmo urbanita. Se baja por el Barrio Viejo hasta la calle de los soportales, de balcones coquetos y vanidosos, entre arcadas para el paseo,hasta la plaza de la catedral, humilde y misteriosa, donde alguien juega al futbol como si el tiempo hubiera parado. Bares de copas cerrados, la Casa de los corchos, mercerias y ultramarinos, como en otro siglo.

En dirección Vitoria, Laguardia aparece majestuosa tras su recinto amurallado, entre pavés y enotecas donde huele a queso y a ñoras vinaceas. Sale el sol entre un manto de lluvia delgada y asoma un arcoris recortado. Ysios, la bodega cosmopolita que un día inventó Calatrava se extiende futurista acogiendo el sol en su estructura juguetona y redonda. Los reflejos de la luz en su frontal metálico son como rayos afilados en un paisaje apolineo, trufado de verde. La visita es didáctica, educativa, curiosa. Modernidad, diseño, vino.... Hay una colección de copas imposibles ensalzando los siete pecados capitales. Y Marixa a la entrada del pueblo tras el aperitivo burlón de un vino de autor, es gula. Pochas riojanas, menestras caldosas, licor....




ElCiego es el reclamo de hoteles imposibles, bodegas con poderío y bolsillos sin costuras. En ElCiego hay una iglesia románica olvidada, que observa el hotel de colores de Frank Guery como quien admira a la chica más guapa, a aquella que todos observan extasiados. Parece que llevará allí diez siglos, temerosa y tímida, reclamando su papel, susurrando, y alguien quizá embobado, pasea por sus naves sin casi mirarla, como el tipo sin recursos que se empeña en mostrar brillo.

El hotel de Riscal tiene una falda rosa y coqueta en aluminio que es un tobogán para los sentidos,descendiendo entre alamos amarillos y vides de uva negra. No se puede entrar, ni siquiera pararse de cerca. Es tan hermoso y extraño que da escalofríos





En el camino musical hasta Vitoria todo son bodegas y cepas elevadas, más que en la Mancha. Santuarios de barricas entre la tradición y el ahora, pueblos construidos entorno a una industria. Uno no puede imaginarse hasta que punto La Rioja es vino y después, más vino.

Vitoria es una ciudad dividida, un barrio viejo, refugio antiguo de oficios ancestrales que dan nombre a sus calles (el cuchi, el zapa, el herre); un barrio estrecho , desollado y en obra continua, oscuro y amenzante, bohemio y político. De calles empinadas y una antigua catedral escondida y huidiza. De sombras y luces extrañas. Y es también una plaza, quizad la más hermosa de España, por diseño, por luz, por arquitectura, por amplitud, por vida, por una majestuosa presencia en honor a la Virgen Blanca y a la independencia del diecinueve. La Blanca, que así la llaman, se abre a un bulevar ordenado y elegante de plazas neoclásicas, bares de diseño y tiendas de marca. Al fondo, tras su colosal plaza de la Independencia, la Catedral Nueva, como símbolo de la otra ciudad, impoluta, verde entre sus parques eternos, despejada tras una ducha de chirimiri.Moderna y optimista.





El Camino hasta los Valles Navarros, sinuoso y entre nieblas anticipa la impresionante belleza del monte, como dicen en esas tierras. Saliendo de Pamplona en dirección a Aoiz las praderas amarillentas se empinan lentamente hasta el valle del Salazar y el Aezkoa. En este otoño mágico, la paleta de colores es inabordable; ocres, magentas, verdes apagados e intensos compiten con amarillos y marrones abriéndose paso a fuerza del viento complice de las hojas despojadas a las cunetas. Villas inaccesibles, imaginadas en inviernos inhospitos entre el único sonido de los arboles eternos y delgados, ávidos de luz. En Orbaizeta, tras una selva inicial tupida y enigmática junta al Aezkoa se inicia el camino hasta Irati, el bosque mas hermoso de España. En este Octubre de líquenes cabezotas y setas incipientes adentrarse en cualquiera de sus senderos es dudar de la dirección y la intensidad de la luz, incapaz siquiera de atravesar la espesura de sus interminables arces y robles. Todo es mágico en Irati, el silencio, algunas gotas de lluvia pacientes colgadas de las hojas eternas de los pinos, balanceándose lloronas junto al caminar del viajero, los helechos salvajes y burlones acompañando los pasos del camino embarrado, hayas incontables, malvas solitarias entre tanta grandeza; la sensación de llegar al lugar perfecto en el momento mejor....




Y a la bajada, en dirección al segundo de los valles, el Salazar nos regala Ochagavia, una villa de siglos atrás donde el tiempo no corre entre sus calles. Un puente de piedra ovalado atravesando un río pequeño y pedregoso junto a una Iglesia del Siglo XII desde donde ya huele al humo de las chimeneas y a la textura de los geranios colgados de cada una de sus casas perfectas. Pasear arriba y abajo el curso del rio Irati es recordar los juegos de los niños de Secretos del Corazón, la peli de Montxo Artmendariz, integramente rodada allí, como si el pueblo al igual que en el cine estuviera lleno de misterios que no deben ser contados.

En el Roncal, uno entiende que no debe pensar que nada es mejorable porque la realidad testaruda suele vencer al poder de la sugestión.
Burgui es, desde la entrada de su frontón, una aldea de dos únicas calles y una plaza con vecinos sentados a la puerta de sus casas. Los geranios inundan cada uno de los balcones adornando la piedra mojada, celebrando su belleza en una increibe quietud.En El Almadiero, la casa rural mas hermosa del pueblo no cabe ninguno más y su portada merece la mejor de las fotos. Dentro, tras las ventanas se ve una chimenea ya encendida.



Roncal, famoso por sus quesos y por albergar la casa museo del tenor Julian Gayarre es sin duda uno de los pueblos mas coquetos de España. Sus calles de piedra irregular, asientan las verdes montañas del Valle pirenaico a los pies del río Ezka. A lo largo de pueblo, palacios y casas solariegas del siglo XVII y XVIII salpican majestuasamente el recorrido, dotando al pueblo de una armoniosidad relajante. La Igesia de San Esteban vigila la visita, altanera y maciza, matizando con la frialdad de su silueta el cálido recorrido entre cientos de recovecos y el único sonido del agua puliendo la roca en el río.En Roncal se debe parar unas horas , comprar o degustar su queso de oveja de leche cruda latxa, el primero con denominación de Origen en España, visitar su Centro de Interpretación de la Naturaleza, pasear, respirar, mirar; pocos espectáculos son tan relajantes como el mero deambular por sus calles.

La mañana en Pamplona, en la vuelta, es el paseo por la calle Estafeta imaginando los morlacos rugiendo tras los mozos y anticipando la entrada a su plaza frente al retrato insigne de Hemingway. Balcones llenos de color, tabernas de pinchos inimaginables, y algarabía y bullicio. Pamplona es murallas también, es innumerables parques cuidados en verde impoluto, es Navarra comprimido en una ciudad grande y pequeña, moderna y tradicional, de rincones exagerados y gentes expectantes. Es su Ciudadela y su plaza del Castillo, es ese balcon del Ayuntamiento de chupinazos y universalismo que impregna todo. Pamplona es deleitarse en el aperitivo con la imaginación en el Gaucho, con un café en su plaza mayor y con el sol que va iluminando el descenso a la llanura hasta Olite, hasta que el Otoño vuelva a meterse en nuestras retinas para comprender la razón de los colores.